27 de mayo de 2013

El Documento de Aparecida, la pobreza y la integración continental


Por Carlos Eduardo Ferré



La V Conferencia de Obispos de América Latina, llevada a cabo en 2007 en Aparecida, Brasil, lugar donde se encuentra su Santuario Nacional en honor a la Virgen María, concluyó con un documento sobre la situación del continente y las propuestas de la Iglesia, como anteriormente había ocurrido con las reuniones de Medellín, Puebla y Santo Domingo.

Conocido como “Documento de Aparecida”, el mismo ha despertado un renovado interés en virtud de la elección del Papa Francisco, quien fuera uno de sus principales redactores, cuando participó de esa reunión como Arzobispo de Buenos Aires.
A ello se ha sumado el hecho de que en sendas visitas que realizaran las presidentas de Argentina y Brasil, éstas recibieran de manos del Pontífice un ejemplar de dicho documento.
Siendo su redacción  anterior a la crisis global de la economía que se desatara en 2008, es sumamente interesante ver como fue el tratamiento de ciertos temas fundamentales para la vida de nuestros pueblos que hace la Iglesia Latinoamericana y que aportan, desde su perspectiva, a la construcción de una doctrina de la integración que necesitamos formular los que estamos empeñados en este proceso, para que sea a favor de los pueblos, de la justicia social y del desarrollo integral de todos nuestro hermanos latinoamericanos.
Hemos de abordar en varias entregas sucesivas,  distintos aspectos de este documento que a partir de hoy ha de estar disponible en nuestro blog para su lectura.
Vamos a comenzar por el tratamiento que el documento hace sobre el tema de los pobres  y el nuevo fenómeno de la  exclusión, cuestiones a las que se ha referido especialmente Jorge Mario Bergoglio desde el comienzo de su pontificado.
El tema de la pobreza es uno de las cuestiones en la  que pone mayor énfasis el documento. Dedica un título – el N* 3 del Capitulo 8 – a la opción preferencial por los pobres y los excluidos. 
Señalando la angustia que provoca los millones de personas que no pueden llevar una vida que se corresponda con el principio de la dignidad de la persona humana, manifiesta que esta opción “es uno de los rasgos que marca la fisonomía de la Iglesia Latinoamericana y Caribeña”[1]  y que reconoce “implícita en la fe cristológica de aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros para enriquecernos con su pobreza”[2] . Por lo que concluye afirmando  que “Todo lo que tenga que ver con Cristo tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado con los pobres reclama a Cristo” tomando como fundamento el pasaje de Mateo 25,40[3].
De esta fe en Jesucristo, afirman los obispos,  brota la solidaridad que debe expresarse en gestos y opciones visibles en defensa de la vida, de los más vulnerables y excluidos, apoyando sus esfuerzos por ser sujetos de cambio y transformación de la realidad[4]
Incorpora en la descripción de la pobreza a los nuevos rostros pobres que emergen de la globalización. 
Enumera entre los nuevos excluidos a los emigrantes, las victimas de la violencia, desplazados y refugiados, victimas de trafico de personas y secuestros, desaparecidos, enfermos de HIV y enfermedades endémicas, tóxico dependientes, adultos mayores. Niños y niñas que son victimas de la prostitución, pornografía y violencia y del trabajo infantil mujeres maltratadas, victimas de la exclusión y del trafico para la explotación sexual, personas con capacidades diferentes, grandes grupos de desempleados, los excluidos por el analfabetismo tecnológico, las personas que viven en la calle en las grandes urbes, los indígenas y afro-americanos, campesinos sin tierra y los mineros. Y afirman que todos ellos deberán ser sujetos de la Pastoral social de nuestras Iglesias[5].



El documento de Aparecida extiende el concepto de pobreza a la carencia de Dios. Dice que “no podemos olvidar que la mayor pobreza es la de no reconocer la presencia del misterio de Dios y de su amor en la vida del hombre, que es lo único que verdaderamente salva y libera.”. 
En consecuencia el concepto de pobreza que en el Documento de  Medellín tiene un acento preferentemente socioeconómico, que en el de  Puebla se completa con el reconocimiento de las carencias de participación política como parte de la expresión de la dignidad de la persona, ahora se extiende al ámbito de lo espiritual y lo religioso.
La opción preferencial por los pobres exige una atención pastoral a los constructores de la sociedad. “Si muchas de las estructuras actuales generan pobreza en parte se ha debido a la falta de fidelidad a sus compromisos evangélicos de muchos cristianos con especiales responsabilidades políticas económicas y culturales”.
Propone que la Iglesia ha de ser abogada y defensora de los pobres, ante las intolerables desigualdades sociales y económicas que claman al cielo y comprometerse a seguir siendo compañera de camino de los hermanos más pobres aun hasta el martirio.
De tal forma afirman los Obispos en Aparecida que quieren “ratificar y potenciar la opción del amor preferencial por los pobres hecha en Conferencias anteriores y ser sacramento de amor solidaridad y justicia entre nuestros pueblos”.
Advierten sobre el peligro de que esta opción quede en el plano de lo teórico o de lo emotivo e insta a producir comportamientos, gestos y decisiones que requieran tomar opciones concretas al tiempo que evitar todo tipo de paternalismo. Recomiendan que esa opción represente una verdadera cercanía que nos hace “amigos de los pobres”[6]
Por último, debe destacarse la confianza que manifiesta el documento, en que la pobreza del continente ha de resolverse a partir de una integración de los pueblos. Lo manifiesta de esta manera: “En la nueva situación cultural afirmamos que el proyecto del Reino está presente y es posible hoy; por eso aspiramos a una América Latinas y Caribeña unida”[7].
En esta última apreciación, Aparecida lee uno de los signos de los tiempos, que pueden dar lugar a cursos de acción objetivamente favorables a los pobres del continente, dado que en el mundo global en el que  hoy vivimos, difícilmente los pequeños piases de la región, puedan dar solución a su subdesarrollo, empleando únicamente sus propias fuerzas o aceptando  tratados de libre comercio como los que les propone Estados Unidos, que han demostrado ser eficaces para acentuar las relaciones de dependencia. 
Asumir e involucrarse activamente en el proceso de integración continental, puede dar a la Iglesia latinoamericana una nueva energía y un nuevo rumbo, que le posibilite  volver a vincularse activamente a la opción por los pobres y a un proceso de liberación, compartiendo y siendo solidaria con las luchas de los pueblos. 
De tal forma podrá colaborar en  mostrar al mundo y a la Iglesia universal, que es posible generar nuevas estructuras no solo desde el punto de vista económico, sino también social, político y cultural que nos alejen definitivamente de la sumisión a la tirania invisible del imperio del dinero y nos encaminen hacia una cultura de la solidaridad donde el dinero sirva y no gobierne.

Citas:
[1] Aparecida –Documento Conclusivo – V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe – C.E.A. Oficina del Libro. 1ª. Edición Bs.As. Argentina, 391, p.179
[2] ibid. 392 p.180
[3] ibid. 393, p.180
[4] ibid. 394, p.180
[5] ibid. 402, p.184
[6] ibid. 395 a 398, pa 181, 182
[7] ibid. 520,p.234

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